martes, 10 de abril de 2012

El dilema (Primera parte)


Un dilema es, por definición, un problema que se puede resolver de dos maneras distintas, pero con la particularidad de que ninguna de las dos soluciones termina por ser totalmente satisfactoria.
A nadie le gustan las decisiones disyuntivas, tener que poner en una balanza tan imaginaria como inexacta cosas que resultan de gran importancia y elegir. Ambas opciones pesan demasiado, es difícil determinar cuál pesa más cuando son de distinta índole y pareciera un casi empate.

Esta es la historia de mi dilema.

Cuando adopté a mi gata, lo primero que pensé al llegar con ella en brazos a mi casa, fue que un día se iba a morir. Puede sonar raro, pero lo hago siempre, con todo. Con todo lo que sé que va a significar algo en mi vida. Pensé que de un modo u otro, iba a llegar un día en que Pimienta ya no iba a estar conmigo, y que seguramente me iba a doler. Busqué en Google la cantidad promedio de tiempo que viven los gatos y calculé la infinidad de cosas que podían pasarme en diez o quince años. Diez o quince años es mucho, faltaba mucho para que se muriera. Entonces me dediqué a amarla, como uno ama a su primera mascota, tan primerizamente torpe y con toda el alma.

Sin embargo la idea de su muerte quedó rondando en mi cabeza. Cada vez, al volver a mi casa, subí en el ascensor rogando que no se hubiera caído por el balcón, que no se hubiera escapado, que no se hubiera atragantado con alguna cosa. Entraba a mi casa con la esperanza de que estuviera parada al lado de la puerta y dijera miau acortándome la angustia, sin embargo siempre dormía, me esperaba durmiendo en paz debajo de la cama. 
Cuando se me fue pasando el temor, porque día tras día la gata estaba ahí y entonces ya no había motivos para creer que no estaría, empecé a ser sigilosa al entrar para no perturbarle el sueño. Era más fuerte que yo, nunca pude aguantarme más de tres segundos antes de gritar HOLA (con voz de boluda y alargando la O) para verla venir corriendo a mi.
Entonces me di cuenta: mi soledad se veía menguada en un simple y rutinario HOLA, decir HOLA al entrar, eso sí que era nuevo, y la Pipi corría a darme besos. Ahora éramos dos, con iguales ganas la una de la otra. Ese día escribí un texto muy cortito acerca del amor incondicional.

En terapia, hablé de lo contenta que estaba. Después de tanto aguantar las reglas anti-mascota de mi mamá, ahora que ya tengo mi casa y tomo las decisiones, tener una gata es como la concreción de un deseo que viene desde siempre, dije. Ahí mi analista me indujo a hablar seriamente por primera vez de ser madre. Me chocó. Después de indagar un rato en el tema, llegué a la conclusión de que antes de ser madre tengo que solucionar un par de cuestiones como hija, todavía soy joven, dije. Además está el tema de conseguir un padre. Eso lo dijo ella, y acto seguido preguntó cómo andaban las cosas con G. La asociación me dio un pequeño escalofrío, evadí, no porque no quisiera hablar de G, sino porque no quería hablar de G como padre, soy muy joven y G es más joven, dije, hablemos del gato mejor.
Silencio.
-A G le gustan los gatos?
-No, pero es mi gato, no el de G
-Pero si el gato está en tu casa G va a estar con el gato
-Sí, pero es mi casa, no su casa
-Pero si un día tienen una casa juntos vas a llevar al gato
-Sí, pero no es mi novio
-Pero qué sería más importante, G o el gato?
-Ay, pero qué pregunta absurda
-Claro, si no es tu novio, qué importa, te quedás con el gato
-Vas a ver que cuando conozca a Pimienta le va a gustar. Es una genia: es afónica y no sabe decir miau entonces dice "geek", juega con cables, duerme adentro de la biblioteca y cuando miro Game of thrones se queda quietita mirando, cuando termina la serie se para y se va, come nueces y pepino agridulce. Es una genia, no puede no gustarle a G, vas a ver.
-Si le gustás vos, le va a gustar tu gata
-Tengo miedo de que se muera
-G?
-No, la gata.


Continuará...


Habrá matado G a la gata? Habrá matado la gata a G?
Todo eso y más, en el próximo capítulo de "El dilema"

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