miércoles, 28 de diciembre de 2011

La Navidad

Entramos los dos
En la hamaca
De la terraza
Abrazados
Ida
Y vuelta

Yo pregunte
“te gusto?”
Él se levantó
No dijo nada
Y volvió con regalos

Yo pregunté
“cuál abro primero?”
Es indistinto
Hacen juego
Abrí primero el libro
Porque ya sabía
Que era un libro
Por la forma
El envoltorio

Después abrí el otro
Que resultó ser
Una manera de escapar
Con forma de lámpara
O de tecla
Esc

Sonreí en voz alta
Sonrió en voz baja
Creo que le gusto
Digo
No sé

viernes, 23 de diciembre de 2011

Estoy durmiendo entre dos y tres horas por día.
Mis ojeras cada vez son más oscuras.
De vuelta me agarró insomnio.
Tengo sueños recurrentes.
A veces pesadillas.
Y bruxismo.

Ya van dos semanas.

Y sigo sin poder escribir.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Caribe al servicio de la comunidad: el uso del horno

Es difícil aprender a usar el horno y sacarle su máximo provecho. Uno nunca sabe si ponerlo en mínimo, máximo o qué. Tampoco entiende por qué se queman las cosas de un lado pero no del otro o por qué se pegan a la fuente. Hay ciertos truquitos muy fáciles que no requieren grandes esfuerzos y realmente hacen la diferencia.

Para cocinar, calentar o recalentar masas en el horno (pizza, pan, calzones, tartas o lo que quieran) y que no queden gomosas ni se quemen por debajo, pero aún así tengan un crocante digno:

-Precalentar el horno al máximo y dejarlo así unos 10 minutos por lo menos. Siempre hay algo que hacer en la cocina mientras tanto.
-Bajar el horno a medio y meter la comida.
-Dejar la comida adentro del horno durante un tiempo prudencial para que se cocine y no abrirlo. Créanme, es importante bancarse la ansiedad y no abrirlo.
-Cuando ya más o menos la cosa tome forma de comida cocida, abrir el horno y rápidamente rocear agua adentro con un pulverizador (si no se tiene pulverizador también se puede volcar un chorrito de agua sobre la parte interior de la puerta del horno) y cerrar rápido. Se puede repetir la operación varias veces si se quiere lograr más crocantor, pero dejar pasar unos minutos entre una y otra vez para que el horno vuelva a tomar la temperatura ideal. El agua se evapora enseguida por el calor, las superficies de la masa se doran y endurecen pero el interior sigue tierno.
-Ojo: si la masa fue directo del freezer al horno, esperar a que se descongele antes de pulverizar.

Eso fue "Caribe al servicio de la comunidad".
Besis.

Heme aquí perteneciendo

Yo pertenezco a la raza de hijos en democracia.
Pertenezco a la raza de hijos de padres separados.
Pertenezco a la raza de hijos mayores por un lado.
Pertenezco a la raza de hijos únicos por el otro lado.
Pertenezco a la raza de hijos de madres psicólogas.
Pertenezco a la raza de hijos de la clase media sin herencia.

Y sufro los síntomas de todas mis pertenencias.

Mausoleo

Yo hubiera preferido que, al igual que en las películas, mi habitación en la casa de mi mamá hubiera quedado idéntica a como era antes de que me fuera a recorrer mi propio y adulto camino edilicio. No sucedió de esa manera. El primer motivo fue que me llevé todo (menos la cama y un perchero de pie que a veces extraño), el segundo fue que mi mamá, después de tanto imaginar y fantasear con lo que haría en ese espacio, encontró en su nido mitad vacío, la forma de ganar plata. Inquilinos extranjeros, pasajeros, hijos temporales, preferentemente mujeres, excusas para que las peleas familiares se mantengan en tono bajito y se hable lento en las cenas haciendo un uso correcto del castellano. No sea que los huéspedes se vuelvan a sus países de origen con una idea errada de cómo es la vida de una quinceañera y de otra que ya pasó el ecuador de su existencia, acá, en la Argentina vestigiada de crisis.

Es divina –me dice la vieja al teléfono- venite a cenar así la conocés.
No me interesa conocerla, ni a ésta ni a ninguna. Y no es de celosa. Yo cuando voy a cenar quiero charlar con mi hermana sin tener que frenar para explicarle a nadie lo que significa “chapar” ni “embole”, quiero deleitarme en la conversación cargadísima de dobles sentidos con mi madre y no preocuparme porque alguien se está quedando afuera, quiero contar mis intimidades sin terceros. Es que las extraño, a ellas, no a ellas más uno.
Al final era cierto: la chica era divina, así que me dio pena que estuviera durmiendo en mi colchón hundido tan de toda la vida. No me siento desplazada, ni siquiera usurpada. Sólo me da escalofríos asomarme a la habitación y no hallarme, escuchar el eco que retumba al hablar ahí adentro porque mis libros ya no acustizan las paredes. Es el mausoleo de mi adolescencia, pero yo ya no estoy ahí, cual alma desprendida de un cuerpo.
Creo que el problema no es el hecho de que haya alguien viviendo en el que aún sigo sintiendo mi lugar, el problema es que voy dejando de sentirlo mi lugar, y no entiendo muy bien si mi nueva casa empieza a suplir esa función, o si hay algo que está funcionando mal.

martes, 6 de diciembre de 2011

Mascota

Tener terraza es diferente.
Me gustaría tener una mascota.
En realidad quiero tener un perro.
Uno chiquito y amigable.
Me gustaría un perro salchicha.
O alguno igual de gracioso.
Para amarlo y respetarlo hasta que su muerte nos separe.
Pero me daría pena que estuviera solo todo el día.
Así que pienso en tener un gato.
Todo de un color y que sea hembra.
Creo que Menta sería un lindo nombre.
Si fuera macho le pondría Romero, o Tomillo, o Boldo.
Me gustan más los nombres para el macho.
Pero el pis de las hembras tiene menos olor.
Y me gustaría que se embarazara.
Bah, no se si me gustaría.
El embarazo implica que va a estar en celo.
La histeria femenina potenciada en un animal.
Ya me imagino mi casa llena de pelos.
Mi ropa llena de pelos.
Eso no me agrada.
No quiero que me arañe los muebles.
Ni la manta tejida que traje de Guatemala.
Es la manta o la gata.
En realidad yo quiero un perro.
Los perros son más compinches.
Vienen cuando los llamás.
Te reciben cuando entrás.
Mueven la cola si les hacés mimos.
Se lo tendría que dejar a alguien si me voy de viaje.
Y sacarlo a pasear todos los días.
Y comprarle alimento balanceado.
Y darle vacunas.
Y un montón de cosas más.
Bueno, a la gata también.
Los gatos son más independientes.
Buena compañía si es que te hacen compañía.
Pero soñé que tenía un gato que se tiraba por el balcón y se moría.
No quiero ponerle protección al balcón.
Ni que se me destrocen los adornos.
Ya puse lo de la manta de Guatemala?
Los perros no hacen eso.
Comen zapatos quizás.
Bueno, no sé.
No estoy segura.                        

lunes, 21 de noviembre de 2011

Usted no tiene permitido realizar esta llamada

Resulta que me cortaron el teléfono de casa.

La verdad es que hoy por hoy, con este asunto del celular, no es que te quedás incomunicado, y además nunca llamo a nadie desde mi casa, de hecho creo que tardé muchos días en darme cuenta. No es ese el tema, el tema es que me hayan cortado el teléfono.

O sea, hola, me olvidé de pagar la cuenta del mes anterior. Mirá si me cortaban internet, imaginate la catástrofe. ¿Se entiende? Me olvidé, pero de esos olvidos que son absolutamente suprimidos, hubiera apostado mucha plata jurando que lo había hecho.

No es mi culpa. ¿Qué pasó con mis padres vestidos de angelitos revoloteando sobre el lado derecho de mi cabeza, arengándome a fines de volverme responsable? ¿Es que de pronto son desplazados por un disquito genérico del otro lado del tubo que dice "usted no tiene permitido realizar esta llamada"? ¡Qué me retás chabona, vos no sos mis papás! Igual mi papá cuando se enteró me retó, y yo traté de defenderme argumentando que no fue mi culpa. Nah. Es todo culpa mía. Soy morosa, pero por lo menos la factura no está a mi nombre.

Siempre que me pasan estas cosas me pregunto cómo voy a hacer para tener a cargo a un hijo, aunque no tenga nada que ver, porque en el fondo sí tiene que ver, no saben lo que me está costando revivir a esa planta que maté con riego suprimido. Cómo voy a hacer para hacerme cargo de un pendejo si no soy capaz de acordarme de pagar el teléfono, por dios, voy a tener que pegarme un post-it que diga "darle de comer al nene" en la frente. Quizás no es tan ilógico el tema de las pastillas anticonceptivas al fin y al cabo, lo único que me falta es quedar embarazada. No, me muero. No me malentiendan, quiero tener hijitos, pero primero estaría bueno que viva la planta y después practicar con un gato, digo, por las dudas.

Volviendo al tema que me convoca, me cortaron el teléfono. El trámite para reincorporar el servicio es muy fácil: vas, pagás y después llamás a un cero ochocientos para avisar que pagaste, durante las siguientes ocho horas se desvanece la voz de la tipa que te reta apelando a tu sentimiento de culpa judía.

Una vez pasado ese tiempo, quise probarle a mis papás que sé resolver las cagadas que me mando, así que iba a llamarlos a sus respectivas casas y les iba a decir "a que no sabés desde dónde te estoy llamaaaaandoooooo". Tenía unas ganas locas de charlar por teléfono y enroscar el cable mientras, seguro que me agarró eso por la abstinencia. Y también estuve pensando en que nunca consumo todos los minutos que pago, así que ahora voy a hablar más a propósito, para que no me roben la plata.

Pero no. Quise llamar y no pude.

Laputaqueloparió. Ahora qué? Ahora no me funciona el botón del 4. Puto aparato. Si le doy unos golpes empieza a funcionar el 4 pero deja de funcionar el 2. Todos los números de teléfono tienen 2, bueno, 4 ni hablar, pero el 2 no parecía tan fundamental a simple vista. Por suerte el número de delivery de Peruanito Ray no tiene el 2, de hambre no moriré.
No saben lo bien que se come en Peruanito Ray. Fuimos con G el otro día y la flashié.

Bueno, no puedo llamar a nadie, así que si quieren llámenme ustedes.
Era todo para decirles eso.
Beeeesiiis.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Ah, cierto.

Hubo un ratito.
Antes de abrir los ojos.
Un minuto de regocijo
envuelta en la colcha,
escapando del frío.
Dejé ir el ensueño
que ya se mezclaba con el reloj,
imágenes mareadas
que volvieron sin tener sentido.
Ese rato de ojos cerrados
sintiendo la claridad del día,
resistiéndose a despegar los párpados.
La incertidumbre de un sueño
el esfuerzo por recordar.
Que no se vaya.
La conciencia del cuerpo.
De la mente.
Cambios de posición y almohadas.
Los ojos aún rebeldes a mirar.
Nada estará distinto cuando se entreguen.
La habitación que rebalsa.
Muebles, ropa, libros, posters.
Resabios de mi adolescencia.
El techo de vidrio sin cortina.
La vista sin horizonte.
Mi habitación.
Siempre igual.
Desordenada.
Sucia.
De memoria.
Diez años de habitación.
Mi habitación.

Abrí los ojos.
No estaba ahí.
Dónde estoy?
pensé.
Dónde estoy?
Dónde.
Esta no es mi habitación.

Veía mis cosas.
Supe que eran mías
porque estaban dispuestas
como yo las hubiera dispuesto.
Sigo soñando,
pensé.
Esta no es mi habitación.

Ah, no.
Cierto que me mudé.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Magistral

Diluir o no diluir el detergente Magistral, esa es la cuestión.

Reflexiones del fin de semana por órden de aparición

- si nadie come casancrem, se vence.
- es divertido ir a comprar corbatas violetas con puntitos blancos.
- me enamoré de unos borcegos muy caros.
- los tacos de la fábrica del taco deberían ser menos crocantes.
- la siesta es todo.
- enganché una linternita a la hamaca paraguaya y ahora puedo leer cuando baja el sol, me siento capa.
- tardé en encontrar mi mejor virtud: es la desdramatización.
- los vicios se asientan: Breaking Bad
- me resulta imposible sentarme en el pasto y no arrancar pastitos, después los rompo en mil pedacitos y vuelvo a empezar.
- si la bondiola está tan rica, puedo prescindir del lomo.
- mi famlia es re linda
- mi casa no está preparada para hombres con traje.
- cerrar la puerta y haberme olvidado las llaves adentro, mi vecina es dios.
- entrar a mi casa por el balcón de mi vecina, yo soy superman.
- el llanto antes de dormir no descalifica la sonrisa al despertar.

viernes, 11 de noviembre de 2011

¿Qué hay detrás de la ventana?

Siempre me gustó espiar por las ventanas. Eso te pasa o no te pasa. Empezó cuando vivía con mi vieja, no podía fumar adentro de mi habitación así que cada vez que prendía un pucho, lo hacía asomada a cientos de balcones y ventanas ajenas. Eso implicaba por lo menos 30 minutos diarios mirando la cotideaneidad de mis vecinos, y con el correr de los años terminé por conocer muchos aspectos de sus vidas anónimas.

Cada ventana es un mundo, porque uno se limita a sacar conclusiones observando sólo un cuadrado de living, un pedazo de cama, el prender y apagar de las luces del baño, la dinámica de un balcón, la iluminación intermitente de una televisión encendida, la decoración. Tanto desde cerca como desde lejos, vidrios transparentes o esmerilados. Siempre hay algo, y la repetición en la búsqueda pone al alcance de la intriga las rutinas y los eventos particulares de cada departamento y sus habitantes, los cambios, el paso del tiempo. La vida misma.

Lo más atractivo de ser stalker es observar el comportamiento habitual de las personas cuando no se saben observadas, sus soledades o compañías, intimidad imperturbable. El problema es que uno no es inmune a lo que observa, y muchas veces se encuentran escenas que exceden lo que uno esperaba ver, dejan de ser sólo figuritas, y pasan a transmitir sensaciones que conmueven de alguna u otra forma. Así se genera el vínculo y la insaciabilidad.

Ser stalker implica estar pendiente de asomarse a ver, es detenerse un instante y fijarse, no es cruzarse con la imagen de casualidad, es esperarla, es ser conciente de que hay algo detrás de la ventana y buscarlo. Es cuestión de revolverse en la adrenalina que genera saber que está ahí, que en algún momento se hará visible algo más interesante que lo normal.


Somos Los detectives salvajes y nos preguntamos ¿Qué hay detrás de la ventana?, y también dejamos las propias cortinas entreabiertas cuando miramos para adentro.



El abrazo




El irrefrenable anochecer de su domingo.



Esta soy yo, siendo espiada a través de mi propia ventana,
mientras preparo Campari con jugo de naranja.
"Mi vida con Berro" dice G.



Si aprietan arriba de cada foto se ven gigantes!

Escenas del capítulo anterior: apretando acá, acá y acá.

Vivitas y coleando colaless

Tengo dos bombachas asquerosas, viejas, chotas, estiradas, ratoneadas, con elásticos salidos y agujeritos en las costuras. Llegaron a ese estado por haber sabido ser favoritas. Lo siguen siendo, pero si antes las usaba cuando quería sentirme divina under-wear, ahora me las pongo cuando quiero estar lo más cómoda o crota posible. Total no se ven, pero lo cierto es que si se vieran, me darían vergüenza ajena de mí misma (existe eso?).

Y hace un tiempo de repente estaba ahí, a punto de ser desnudada por Micho (léase Micho-ngo) y me acordé que, laputaqueloparió, me había puesto mi impresentable fuckingbombachacómoda. Claramente no esperaba ese encuentro cercano del tercer tipo (que no se malinterprete "del tercer tipo" che, que no es lo mismo que "con el tercer tipo", tanta suerte no tengo), qué podía saber yo.
Ese mismo día pensé en que mis bombachas linyeras habían llegado a su fin, que las iba a tirar, que tenía que tirarlas, no daba para más. Pero ayer abrí mi cajón de ropa interior y las vi, burlándose de mi, vivitas y coleando colaless. Un irrefrenable impulso me hizo ponerme una, y ahora que la tengo puesta, me doy vergüenza ajena de mí misma, a mí misma (existe eso?).
Bueno, eso.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Los novios de las otras

Cuando una amiga te llama y te dice que se separó, o te llama y te dice que se enamoró, una sabe, a ciencia cierta, que es un punto de inflexión. Siempre andamos hablando del amor poniendo el foco en la protagonista de esa pareja, pero dale, la verdad es que nos afecta a nosotras también.

Quién no se alegró silenciosamente (a pesar del llanto de la otra) por una separación que no nos deja solas en la soltería. O se angustió por ser la única de novia y estar perdiéndose de toda la joda. O murió de la envidia por la felicidad ajena. O le agarró culpa por estar bien mientras las otras están mal. O dió gracias al cielo por dejar de bancar los llantos-nadie-me-quiere de su amiga. O puteó porque su amiga se enganchó con un chileno y se va a vivir a Chile (este es un guiño para mi sister L. a quien adoro y voy a extrañar y más le vale que tenga una cama de huéspedes en su casa huevón po).

Se mezclan las sensaciones, por un lado una es empática, y por el otro, un cachito egoísta. No seamos hipócritas. Los cambios en las vidas de quienes nos rodean y a quienes queremos, nos interpelan de una u otra manera y muchas veces marcan un nuevo rumbo en el vínculo, que no necesariamente nos gusta.

Además me estoy olvidando de un factor no menor: el macho en cuestión. El susodicho es la mitad de una pareja, la pareja tiene, tuvo o tendrá ciertas características que determinan el carácter de innumerables horas de charla entre mujeres. Y ahí es donde entramos nosotras, las amigas. Así que nada, no me vengan con que da lo mismo. No da lo mismo. Porque encima, tenemos que establecer una relación con el novio de la otra. Y bueno, ahí puede pasar de todo, porque podés encontrarte con mil variantes de novios ajenos que no elegís y aún así tener que fumarlos:

-Novios tan geniales que preguntás si tienen hermanos.
-Novios que te caen bárbaro pero le hacen mal a ella.
-Novios que son una mierda y no entendés cómo a tu amiga le puede gustar.
-Novios que te caen mal pero ella nunca estuvo mejor.
-Novios que te inspiran desconfianza y esperás a que pisen el palito para hablar mal de ellos.
-Novios que te caen mal porque tu amiga sólo te cuenta lo malo.
-Novios que te caen bien sólo porque ella oculta lo malo.
-Novios que para una no están a la altura de ella.
-Novios que te roban a tu amiga.
-Novios que son mejores que tu novio.
-Novios que hicieron que ella cambie tanto que te desconcierta.
-Novios que te chupan las medias para que estés de su lado.
-Novios que te dan pena porque son buenos y tu amiga es una garca.
-Novios que te dan ganas de defender cuando ella los defenestra.
-Novios que te caen mejor que tu amiga misma.
-Novios que podrían ser tus novios.
-Novios que empiezan cayéndote mal y después remontan.
-Novios que te dan ganas de no abandonar nunca al tuyo.
-Novios que aprobás para el matrimonio y querés ser madrina.
-Novios que se convirtieron en amigos propios.
-Novios que le caen bien a tu novio.
-Novios que te presentan novios.
-Novios que tu amiga no te quiere presentar porque sabe que te van a caer como el culo.
-Novios que no te toleran y lo hacen evidente.
-Novios que ella no ama pero te divierten.
-Novios que sólo ves en el cumpleaños de ella y no hablás.
-Novios que extrañarías si se separaran.

Una vez que se separan y pasan a ser ex novios, hablaremos de ellos durante años, tal y como venimos haciendo y con una opinión muy formada. Sin embargo, por algún motivo resulta un poco más simple: si tu amiga dice que es un hijo de puta, es un hijo de puta, y si dice que no puede reprocharle nada, no le reprochamos nada. Medio que el resto evitamos decirlo.

Ayer, en un mismo día, me llamó una amiga para decirme que se enamoró, y otra para decirme que se separó. Ambas merecen, primero, un abrazo. Pero hasta entonces, trato de tomar una postura a ambos respectos. No me jodan, no da lo mismo.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Una tipa con experiencia

Años luz me faltan para ser una buena ama de casa y dominar la cocina, pero la experiencia me va enseñando algunas cosas. Se las cuento para sentir que mis desgracias pueden salvar vidas. (?)

- ponga papel de diario en la base del tacho de basura por si la bolsa tiene agujeros, o por si piensa usar la misma bolsa durante diez días como yo. El jugo negro que largan los residuos no sale fácil de ninguna superficie, posta.

- cuando cocine salsa de tomate tape la olla para que no salpique la hornalla, aunque la ponga en mínimo. Créame, evite un decorado eterno de puntitos rojos que nunca limpiará.

- si precisa llenar la azucarera, hágalo sobre la pileta de la cocina. Ahórrese un par de hormigas y una enorme puteada si el azúcar se llega a esparcir por el piso.

- si tiene feo olor en la heladera, introduzca media cebolla pelada para que los absorba. Tenga sentido común: después no se coma la cebolla, le juro que da arcadas. 

- no olvide botellas de vino en el freezer durante una fiesta, el corcho será expulsado por la presión y al día siguiente encontrará todo el vino volcado sobre todos sus alimentos congelados.

- si se le vuelca mucho aceite, no pase un trapo, sé de qué le hablo. En cambio, tire harina sobre aceite y cuando se forme el engrudo levántelo con papel de cocina.

- para sacar la negrura de las cacerolas, ponga a hervir en ellas agua con limón, pero no se las olvide en el fuego porque el agua se consume, se queman las ollas y quedan negras por afuera. Eso sí que no supe cómo limpiarlo.

- si limpia el horno por adentro, procure dejar pasar un rato hasta prenderlo, o enjuagar el producto antes. A menos que le guste, como a mi, comer pastel de papa con gusto a Cif.

El que se acuerde de mí en el momento indicado, lo agradecerá.
Saluditos.

martes, 1 de noviembre de 2011

Lugar

I.
Imaginé un lugar al que quería llegar.
Y desde ahí no se veía porque no existía.
Así que fui.
O empecé a ir.
Y desde ahí sí se veía, porque allá estaba.
Chiquito y lejos.
Ir hacia un lugar aunque no exista,
en vez de sólo ir,
así existe.

II.
Correr fue inútil.
El lugar chiquito y lejos,
cada vez más chiquito y lejos.
Un lugar que corría más rápido que yo
sin esperarme.
Ya a no quise llegar.
No si no podía.
Y desde ahí no se veía, porque cerré los ojos.
O lloré.

III.
Un lugar que está lejos,
hace del camino un lugar,
hasta hacerse parte del camino.
Y desde ahí se veía,
inmenso.
Porque ahí estaba.
Así que llegué.

IV.
Y ahora?

V.
Ahora ya tintinean,
los puntitos en el horizonte transmutado.
Surgiendo como espectros,
de futuras ganas.
Y de nuevo, el primer paso.

miércoles, 19 de octubre de 2011

La tarde-panqueque con G

Llueve.
Estamos lejos.
Y cansados.
Sin plan.

Paró de llover.
Estamos abrazados.
Y risueños.
Sin peros.

jueves, 13 de octubre de 2011

Me siento tan segura de mi decisión, que no sé si estoy siendo la más valiente o la más cagona del mundo.

Huevo

"Sí, nos gustamos, pero él no quería que le gustara nadie y yo no quería que me gustara alguien que no quería que le gustara nadie. Así que bueno, eso, me molesta que me guste porque a él le molesta que yo le guste. Entendés?"


lunes, 10 de octubre de 2011

Quiero un sí quiero

Para qué voy a mentir. Para que voy a seguir diciendo que no, porque queda mejor o porque es más progre. Para qué, si cambié de opinión. Obviamente, tal y como sucede cada vez, no recuerdo cómo ni cuándo sucedió, y todavía me cuesta explicar el por qué. Pero, supongo que un día, cambié de opinión: me quiero casar. Sí, eso, me quiero casar.

Quiero despertarme una mañana y que me digan estaba esperando a que te despiertes, casate conmigo. Quiero que la respuesta sea obvia. Quiero ir a sacar fecha a un registro civil, ponernos nerviosos y dubitativos. Una crisis existencial que termine por asegurarme que estoy por hacer lo correcto. Quiero mirarnos y sentir la certeza de que deseo esa compañía para siempre. A sabiendas de que existirán momentos complicados y aunque finalmente pueda resultar no ser para siempre. Quiero elegir qué voy a ponerme y evitar que el novio lo vea antes del día indicado. Elegir los testigos, mandar invitaciones por mail, pedir algunos regalos, ponernos de acuerdo en el destino de la luna de miel y que nos preparen despedidas de solteros.

Quiero darme la mano con mi inmediato futuro marido ante un juez de verdad, uno que diga un par de cosas cursis antes del sí. Quiero usar algo nuevo, algo viejo, algo prestado y algo azul. Quiero celebrar el amor, y mucho arroz con la libreta de matrimonio en la mano, y amigos y familiares emocionados, que se me corra el maquillaje y besos en público.

Quiero una fiesta inolvidable para querer que termine, que termine para acostarme en una cama y decir “hola señor X”, y que el hombre al lado mío me saque los zapatos y diga “hola señora de X” y nos riamos y repasemos momentos lindos de la noche y estar un poquito borrachos y que hagamos el amor, o nos durmamos vestidos y dejemos el sexo para la mañana. Una fiesta que nos encuentre contentos, así, sonrientes, e imprima recuerdos lindos. Que nos duelan los pies de tanto bailar, qué rica que estaba la comida, las lucecitas adornando los árboles del jardín, el pasto húmedo de rocío, abrazarnos en un lento cuando ya nadie mire y haya sólo serpentinas en el piso. Cuánta risa con tanta gente que nos quiere. Quiero estar feliz, haber brindado por eso.

Quiero una foto de ese día, en la que estemos desprolijos, cansados y radiantes, la foto arriba del piano en nuestro living. Pararme delante de ella cada tanto y revivir la sensación con exactitud. Quiero recordar anécdotas, y contárselas a nuestros hijos, y saberlas cuando las cosas se pongan difíciles. Quiero tener las imágenes en la cabeza, intactas, y que se me vengan sin avisar ante algún estímulo, y sean un refugio, y sean un lindo lugar al que volver a conciencia a veces.

Quiero mirarnos y saber que ambos estuvimos ahí, compartiendo, tomando riesgos y compromisos, haciendo algunas concesiones y aceptando algunas condiciones desde lo más sincero. Cerrando un pacto. Los dos.

Me quiero casar, pero también podría decir que lo que quiero es tener al lado a alguien con quien la vida sea tan especial y nos amemos tanto, que realmente quiera casarme. Un ritual, es en definitiva, la manifestación simbólica de una creencia. Y ante todo, quiero creer en la unión como fundamento. Una unión tanto visceral como racional en la que confíe plenamente. Y después, recién ahí, todo lo demás.

viernes, 7 de octubre de 2011

Lechuga

Yo dije que la época de mi cumpleaños me resulta, históricamente, bastante difícil, que octubre me propone siempre cambios estructurales, y que ese estado de crisis me hace sentir inevitablemente muy sola. Que se repite año tras año con la misma dinámica, como si no pudiera escapar de ese ciclo.
Hablé de lo que eso implicaba, de que cada vez lo abordo con menos entereza, aún sabiendo que después, también sin excepción, todo se acomoda y es mejor.
Ella preguntó si recordaba desde cuándo me sucedía eso. No, contesté. Preguntó si recordaba algún cumpleaños más difícil que otros, algún octubre con cambios más drásticos, alguna crisis más irreversible. No, volví a contestar. Seguro? Insistió. Sí, seguro.
Hace unos días, conté después de un silencio, estaba en mi casa cocinando para mi sola, y me acordé de algo que no recordaba. Una vez, en el jardín de infantes, nos enseñaron a preparar ensalada de lechuga. Y yo volví a mi casa y le conté a mi mamá que habíamos hecho ensalada de lechuga como si fuera una gran proeza. Mi mamá me felicitó y festejó el suceso, como si realmente hubiera sido una gran proeza. Me acuerdo del bowl de plástico verde metalizado donde pusimos la lechuga, un bowl enorme, una cantidad infinita de lechuga. Y a mi me tocó llevarlo a la mesa del comedor. Era tan grande que tenía miedo de que se me cayera y se arruinara la ensalada. Dije. Una proeza. Ahora que lo pienso, seguro que el bowl no era tan grande. Pero qué se yo, tenía cuatro años, a esa altura, todo parece gigante.
A veces me parece que octubre es como un bowl inmenso que me queda gigante, a punto de caerse. Como si existieran bowls que quedan grandes a los veinticinco, o como si tuviera cuatro años. Dije.

Ah. Claro. Mis viejos esperaron a que pasara mi cuarto cumpleaños para separarse. Y mi papá se fue de casa en octubre.
Ella me miró y dijo que suponía que ese había sido un cumpleaños difícil. Y que eso me hace hace asociar la crisis, o el cambio, a la soledad, como si fuera la única manera de atravesarlo. Hablamos de la representación y la manifestación del trauma.
Yo no quiero más asociar la crisis a la soledad. Dije. No quiero sentir la soledad existencial en cada cosa que hago. Pero no sé qué hacer al respecto.
Ella no respondió.
Vos decís que se cura?
Y ella no respondió.
El psicoanálisis a veces me parece un poco esotérico.
Querés el último mate?

Autoretrato. 
Birome sobre papel. 13x9

lunes, 3 de octubre de 2011

Cumpleaños: los deseos

Hace unos años descubrí que no todos pedimos el mismo tipo de deseos al momento de soplar las velitas de cumpleaños. Están los que desean cosas imposibles, los que piensan en un futuro lejano, los que piden cosas para otros, los que necesitan de otros para cumplir los deseos que piden, los que se refugian en las generalidades, los que especifican las condiciones de sus deseos, los que confían en la suerte, los que piden cosas superfluas, los que multiplican todo por un millón, los que repiten los mismos tres deseos año tras año, los que piden menos de tres, los que piden la continuidad de lo que ya tienen, y los que no piden nada.
No sé ustedes, pero yo nunca pienso los deseos de antemano, y aunque a veces me resulta complicada la presión de la velita chorreando cera sobre la torta, de la gente cantando la segunda vuelta del feliz feliz en tu día, o del silencio posterior, a la espera de que termine de decidirme, confío en que justamente el apuro hace que elija lo más genuino y sincero para mis módicos tres deseos. Pero tampoco abuso, si soplo las velas más de una vez, pido los mismos.
Yo, por mi parte, pido cosas bastante puntuales, concretables por mí, a corto plazo. Tiene más que ver con darle una orientación al año que comienza, a ponerme ciertos objetivos. Porque los deseos me los pido a mi misma. No me queda claro a quién otro debería pedírselos sino. No es, según yo lo entiendo, una cuestión de fe, más bien de confianza en mis propias aspiraciones.
Por otro lado nunca los anoto y menos que menos los recuerdo, así que al final, no puedo comprobar si cumplí con las expectativas que deposité en mí el año anterior o no.
En realidad, si he de ser honesta, me da lo mismo saberlo. Es irrelevante. Yo sólo le pongo un título tentativo a lo que se aproxima, marco el norte con un puntito, y después vivo como me sale, aunque a veces me vaya para el sur a conciencia.
Tener la posibilidad de pedir deseos me hace pensar en la falta, en lo que no está bien, en lo que me gustaría que fuera distinto en mi vida, es la oportunidad simbólica de elegir un rumbo.
Esta vez, sin embargo, debo admitir que me costó desear, por un momento no supe qué pedir, y lo leo como un anclaje al presente. De pronto me di cuenta, justo delante de la velita, que no me importa tanto tener el control sobre lo que vaya a suceder en mi vida, que lo que soy se manifiesta en cada paso, y de esa forma, es imposible no llegar.
Así que pedí dos cosas re chiquititas que no se las cuento, y después gasté un deseo en la paz mundial. Quizás debería haber pedido river campeón, pero no se me ocurrió a tiempo.

viernes, 30 de septiembre de 2011

Encontré esto escrito en un borrador de mi mail con fecha de hace 4 meses. Parece que nunca lo mandé. No habré sabido a qué dirección mandarlo.

Si nos cruzáramos un día, podríamos enamorarnos durante quince estaciones de ida sin correr la mirada.
Enamorarnos durante dieciocho baldozas como interfaz, y después darnos vuelta para seguir mirando.
Si nos cruzáramos un día, podríamos enamorarnos con la liviandad de jugar valiendo todo.
Y aún así no apostaríamos nada.
Así que mejor, no nos crucemos ningún día.
Prefiero que vengas a mi casa y no hacerle una oda a la ucronía.

lunes, 26 de septiembre de 2011

La vida en modo chongo

Me marea, vivir en modo chongo nos marea.
Sobre todo cuando hay uno solo.
Aquí un sin repetir y sin soplar de lo que piensan las chicas sobre el límite tan finito que separa a un chongo de un algo-más-que-un-chongo. 

-Se puede ir abrazados por la calle, pero de la mano no, nunca.
-Podés llamarlo para preguntarle cosas pero no para pedirle nada.
-Se duerme juntos pero el plan termina al medio día.
-Dormir juntos dos días seguidos es pecado.
-No da empezar con las pastillas anticonceptivas por querer coger sin forro.
-Si hay película con llanto, se esconde el llanto, jamás un abrazo.
-Cuando te llaman por teléfono y estás con él, se dice "estoy con un amigo", aunque el interlocutor sepa perfectamente el nombre del susodicho.
-Una foto juntos, impensado.
-No te sacás el maquillaje para dormir.
-No se comentan sus publicaciones de facebook, menos que menos postear algo en su muro, a lo sumo un "me gusta" en alguna foto.
-Se trata de evitar el llamado telefónico para armar un plan, mejor mensaje de texto o chat.
-Si te enfermás no lo ves.
-Si estás indispuesta, no lo ves.
-Si no te depilaste, no lo ves.
-Hacer pis con la puerta abierta, un exceso.
-Los padres no deben saber más que de su existencia.
-No acordarse de sus horarios.
-No juntarse a hacer cada uno lo suyo pero bajo el mismo techo.
-No preguntar lo que no se quiere saber aunque se lo quiera saber.
-No irse de viaje, o sea, no te vas de viaje ni a Luján.
-No invitarlo a tu cumpleaños.

Uy, pará, Caribe vos cumplís años mañana. Lo vas a ver?
Ehm, sí.
Y va a la fiesta?
Ehm, lo invité, sí.
Ah.
Pero con todo lo anterior venía bastante bien eh! 
...
Les juro, venía bien.
...
Bueno, tanto no, pero más o menos bien sí.
...
Bueno, ponele un 60 40.
...
65, 35?
Hecho.


Gladys

Al principio me negaba. Creo que cada uno es dueño de su mugre, y como tal, también es responsable de limpiarla. Qué es eso de que venga alguien y te deje la casa impecable por 15 pesos la hora. Si soy tan grandecita para vivir sola, me hago cargo a tiempo completo.
Hasta que un día, como tantas veces, caí presa del sistema. Recapacité. O no. En realidad cada vez que viene Gladys me da culpa. Eso me pasa por ser judía y vivir en palermo. Obvio.

Hago un paréntesis (¿cuando se hace un paréntesis hay que ponerlo entre paréntesis?) en fin, sigo con el paréntesis: una de las mejores razones de ser judío es que estás habilitado para autodiscriminarte con boludeces como ser culpógeno, amarrete, etc, sin que quede tan feo. Cierro el paréntesis.

La cosa es que Gladys viene cada 15 días, lunes por medio. Lunes es un gran día para llegar y encontrar el quilombo del fin de semana todo ordenadito, así que eso, lunes por medio.
Parece que mi casa es limpiable en tres horas, por pequeña y despojada de mamás obsesivas de la limpieza, así que eso, tres horas.

Cada vez que llego de trabajar y Gladys se acaba de ir, empieza la joda. A lo largo de los días voy descubriendo cosas: Gladys me deja chocolates y notitas en rinconcitos, cambia de lugar los adornos porque no se acuerda cómo van, pero siempre quedan mejor, guarda los corchos por si los necesito para otro vino, me rebaja el detergente para que dure más, me deja el mate preparado para cuando llego. A cambio, hace la cama como el orto, nunca saca las telarañas, me esconde utensillos de cocina, dobla al revés los pantalones y me desconfigura el reloj despertador. Entre otras cosas.
De ese modo, en un mismo día puedo amarla y putearla repetidas veces según lo que advierta en cada momento. Es justo. Seguro ella en sus tres horas me ama y me odia según va encontrando mis desastres incorregibles y mis ex- desastres que ya corregí, sólo que ella cobra, así que le da igual.

Hubo un lunes fantástico, el primero que vino Gladys a casa. Fue la primera vez que llegué de trabajar y no tuve que hacer nada, nada de nada. Todo impecable. Toda la divina culpa. Y me tiré en el puf a mirar el techo.

Hasta que de pronto me di cuenta.
Mi cosecha de marihuana, íntegra, brillaba por su ausencia. Mis florcitas preciosas, en grandes cantidades, cortaditas con tanto amor.
Quiero creer que se la afanó porque sabe que total no le voy a decir nada, y que no terminó en la basura colectiva.

Gladys y la re concha de tu madre.
Cada vez que me acuerdo te clavaría alfileres abajo de las uñas.
Igual te quiero. Hoy la casa está re linda y sos una capa.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Soy sola

Te regalan dos entradas para algo buenísimo,
y vos, ya no sabés con quién ir.

Te regalan dos entradas para algo buenísimo,
y vos, sabés que no vas a ir.

Te regalan dos entradas para algo buenísimo,
y vos, revalorizás la amistad.

Te regalan dos entradas para algo buenísimo,
y vos, sonreís al usar sólo una.

Te regalan dos entradas para algo buenísimo,
y vos, sabés que vas a ir con alguien sólo porque tenías dos.

Te regalan dos entradas para algo buenísimo,
y vos, sabés que vas a ir, si querés podés venir.

Te regalan dos entradas para algo buenísimo,
y vos, (sin querer) conjugás el verbo ir en plural.


Y un día,
mucho antes de que todo se empiece a volver obvio,
te regalan UNA sola entrada para algo buenísimo,


y te dejan pensando.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

lunes, 19 de septiembre de 2011

Peso muerto.

Esta mañana me desperté más tarde de lo debido.
Tuve que apurarme.
Odio apurarme.
Siempre estoy teniendo que apurarme.
Hice todo tan rápido que creí que había recuperado tiempo.
Pero no.
Pura ilusión.
El subte sólo tiene problemas de demora cuando yo estoy retrasada.
Y se llena de gente.
Más de lo habitual.
Qué bien.
Qué ideal.
Viajé todo el tramo pegada, no, mejor aplastada contra la puerta.
Y contra otras personas.
Y sus bolsas, y sus camperas, y sus pelos sueltos.
Pese a las adversidades decidí leer mi libro de turno.
Porque ayer a la noche cuando me fui a dormir me quedé con ganas.
Y leí.
Perdí noción del trayecto subterráneo y de todo lo otro.
Me olvidé de que estaba apretada/aplastada.
Lo naturalicé.
Más entrado el recorrido, el subte se vació un poco.
Ya podíamos respirar cada uno en su espacio.
Sin embargo había un hombre.
Petiso y viejo.
Parecía amigable.
Y continuaba pegado a mi aún teniendo lugar para no estarlo.
Advertí que no estaba pegado.
Estaba apoyado.
No.
Desplomado arriba mío.
Con los ojos cerrados.
Me percaté de pronto de su peso sobre mi cuerpo.
Peso muerto.

Muerto.
Muerto.
No!

Por favor que no esté muerto.
Que esté dormido.
Yo lo entendería.
Pasó una mala noche.
A mi también me sucede a veces.
Seguro mi hombro es cómodo para apoyarse si uno es petiso.
Y necesita dormir un rato más.
O sentir el perfume de una mujer.
La respiración de otro pecho.
Yo lo entendería.
Hasta podría abrazarlo.
Soportar su peso.
Hay pesos que sé soportar.
Si estuviera dormido.
Muerto no.
Peso muerto no.
Internamente sabía.
Estaba segura.
No dormía.
No dormía.
Nadie se duerme así.
Quise despertarlo.
Cariñosamente.
Por las dudas de que sí durmiera.
Para que no sintiera vergüenza cuando reaccionara.
Señor, susurré.
Señor, lo moví.
Señor, temí.
Miré a otros pasajeros.
Algunos observaban.
Ninguno decía nada.
Esperábamos juntos a que el hombre abriera sus ojos.
Se sonrojara.
Me pidiera disculpas.
Se riera.
Se bajara.
Se fuera.
Señor, grité.
Señor.
Señor.
Señor, desesperé.
Por favor.
...
...
No podía salir de abajo del cuerpo.
Me oprimía.
Empecé a angustiarme.
Me pesaba.
Era demasiado.
Su peso.
El peso muerto.
Para mí ya no era un señor.
Era un cuerpo.
Un peso.
Muerto.
Que no sabía sostener.
Y no quería.
Y no tenía por qué.

Enmudecí.

Un médico por favor.
Dijo alguien por mí.
Un médico.
Un médico.
Por favor.
El vagón cobró vida.

Ningún héroe.

El muerto.
O el cuerpo.
O el peso.
O el señor.
O el viejo.
O el petiso.
Estaba solo.
Encima mío.
Denso.
Yo. Tuve pánico.

Y lo empujé con fuerza.

Hasta que cayó al suelo.

Con todo su peso.

Muerto.

Muerto el peso.
Muerto él.

Creí desvanecer.
De pánico.
De culpa.
Cómo iba a empujarlo.
Debería haberlo abrazado.
Ahora el cuerpo estaba más solo.
Lo había dejado solo.
Y tirado.
Y muerto.
A su peso muerto.

Me agaché.
Y llorando le dije.
Perdón señor.



O por lo menos,
eso quise decir.



Y revivió.
Creo.
Las convulsiones no son muerte.

Sin embargo, todavía me oprime.
Su peso muerto.
Cada vez más muerto.
Sobre mi.