lunes, 3 de octubre de 2011

Cumpleaños: los deseos

Hace unos años descubrí que no todos pedimos el mismo tipo de deseos al momento de soplar las velitas de cumpleaños. Están los que desean cosas imposibles, los que piensan en un futuro lejano, los que piden cosas para otros, los que necesitan de otros para cumplir los deseos que piden, los que se refugian en las generalidades, los que especifican las condiciones de sus deseos, los que confían en la suerte, los que piden cosas superfluas, los que multiplican todo por un millón, los que repiten los mismos tres deseos año tras año, los que piden menos de tres, los que piden la continuidad de lo que ya tienen, y los que no piden nada.
No sé ustedes, pero yo nunca pienso los deseos de antemano, y aunque a veces me resulta complicada la presión de la velita chorreando cera sobre la torta, de la gente cantando la segunda vuelta del feliz feliz en tu día, o del silencio posterior, a la espera de que termine de decidirme, confío en que justamente el apuro hace que elija lo más genuino y sincero para mis módicos tres deseos. Pero tampoco abuso, si soplo las velas más de una vez, pido los mismos.
Yo, por mi parte, pido cosas bastante puntuales, concretables por mí, a corto plazo. Tiene más que ver con darle una orientación al año que comienza, a ponerme ciertos objetivos. Porque los deseos me los pido a mi misma. No me queda claro a quién otro debería pedírselos sino. No es, según yo lo entiendo, una cuestión de fe, más bien de confianza en mis propias aspiraciones.
Por otro lado nunca los anoto y menos que menos los recuerdo, así que al final, no puedo comprobar si cumplí con las expectativas que deposité en mí el año anterior o no.
En realidad, si he de ser honesta, me da lo mismo saberlo. Es irrelevante. Yo sólo le pongo un título tentativo a lo que se aproxima, marco el norte con un puntito, y después vivo como me sale, aunque a veces me vaya para el sur a conciencia.
Tener la posibilidad de pedir deseos me hace pensar en la falta, en lo que no está bien, en lo que me gustaría que fuera distinto en mi vida, es la oportunidad simbólica de elegir un rumbo.
Esta vez, sin embargo, debo admitir que me costó desear, por un momento no supe qué pedir, y lo leo como un anclaje al presente. De pronto me di cuenta, justo delante de la velita, que no me importa tanto tener el control sobre lo que vaya a suceder en mi vida, que lo que soy se manifiesta en cada paso, y de esa forma, es imposible no llegar.
Así que pedí dos cosas re chiquititas que no se las cuento, y después gasté un deseo en la paz mundial. Quizás debería haber pedido river campeón, pero no se me ocurrió a tiempo.

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