lunes, 19 de septiembre de 2011

Peso muerto.

Esta mañana me desperté más tarde de lo debido.
Tuve que apurarme.
Odio apurarme.
Siempre estoy teniendo que apurarme.
Hice todo tan rápido que creí que había recuperado tiempo.
Pero no.
Pura ilusión.
El subte sólo tiene problemas de demora cuando yo estoy retrasada.
Y se llena de gente.
Más de lo habitual.
Qué bien.
Qué ideal.
Viajé todo el tramo pegada, no, mejor aplastada contra la puerta.
Y contra otras personas.
Y sus bolsas, y sus camperas, y sus pelos sueltos.
Pese a las adversidades decidí leer mi libro de turno.
Porque ayer a la noche cuando me fui a dormir me quedé con ganas.
Y leí.
Perdí noción del trayecto subterráneo y de todo lo otro.
Me olvidé de que estaba apretada/aplastada.
Lo naturalicé.
Más entrado el recorrido, el subte se vació un poco.
Ya podíamos respirar cada uno en su espacio.
Sin embargo había un hombre.
Petiso y viejo.
Parecía amigable.
Y continuaba pegado a mi aún teniendo lugar para no estarlo.
Advertí que no estaba pegado.
Estaba apoyado.
No.
Desplomado arriba mío.
Con los ojos cerrados.
Me percaté de pronto de su peso sobre mi cuerpo.
Peso muerto.

Muerto.
Muerto.
No!

Por favor que no esté muerto.
Que esté dormido.
Yo lo entendería.
Pasó una mala noche.
A mi también me sucede a veces.
Seguro mi hombro es cómodo para apoyarse si uno es petiso.
Y necesita dormir un rato más.
O sentir el perfume de una mujer.
La respiración de otro pecho.
Yo lo entendería.
Hasta podría abrazarlo.
Soportar su peso.
Hay pesos que sé soportar.
Si estuviera dormido.
Muerto no.
Peso muerto no.
Internamente sabía.
Estaba segura.
No dormía.
No dormía.
Nadie se duerme así.
Quise despertarlo.
Cariñosamente.
Por las dudas de que sí durmiera.
Para que no sintiera vergüenza cuando reaccionara.
Señor, susurré.
Señor, lo moví.
Señor, temí.
Miré a otros pasajeros.
Algunos observaban.
Ninguno decía nada.
Esperábamos juntos a que el hombre abriera sus ojos.
Se sonrojara.
Me pidiera disculpas.
Se riera.
Se bajara.
Se fuera.
Señor, grité.
Señor.
Señor.
Señor, desesperé.
Por favor.
...
...
No podía salir de abajo del cuerpo.
Me oprimía.
Empecé a angustiarme.
Me pesaba.
Era demasiado.
Su peso.
El peso muerto.
Para mí ya no era un señor.
Era un cuerpo.
Un peso.
Muerto.
Que no sabía sostener.
Y no quería.
Y no tenía por qué.

Enmudecí.

Un médico por favor.
Dijo alguien por mí.
Un médico.
Un médico.
Por favor.
El vagón cobró vida.

Ningún héroe.

El muerto.
O el cuerpo.
O el peso.
O el señor.
O el viejo.
O el petiso.
Estaba solo.
Encima mío.
Denso.
Yo. Tuve pánico.

Y lo empujé con fuerza.

Hasta que cayó al suelo.

Con todo su peso.

Muerto.

Muerto el peso.
Muerto él.

Creí desvanecer.
De pánico.
De culpa.
Cómo iba a empujarlo.
Debería haberlo abrazado.
Ahora el cuerpo estaba más solo.
Lo había dejado solo.
Y tirado.
Y muerto.
A su peso muerto.

Me agaché.
Y llorando le dije.
Perdón señor.



O por lo menos,
eso quise decir.



Y revivió.
Creo.
Las convulsiones no son muerte.

Sin embargo, todavía me oprime.
Su peso muerto.
Cada vez más muerto.
Sobre mi.

6 comentarios:

DD. dijo...

Siniestro

Andrea dijo...

Si esto no fue literal y es sólo literatura te diría que te dediques a escribir cuentos de terror. Se me heló la sangre, la puta madre.

Anónimo dijo...

ahi lo leo, ya vi la palabra subte y me gusta... adiviná quién soy? jajaja

Anónimo dijo...

Edgar Allan Poe boluda, increíble relato!! te felicito... porque... porque es mentira no?...........

gachu

Thomas Lommío dijo...

A este texto necesito verlo, en un cortometraje, ponele. Sin música, con el sonido del subte y el murmullo de la gente nada más, y una voz femenina en off, relatando lo que pasa por tu mente.

Luces débiles, con tonos fríos, maquillajes pálidos, actores despeinados, con abrigos (porque tiene que suceder en invierno), escenografía sucia y desordenada.
Todos los personajes adultos, y un solo niño, sentado en un rincón, y que tiene en sus manos un libro de Poe.


Pensalo (?)

Magg dijo...

Che... yo que vos me traumo y no subo mas a un subte. Atencion psiquiatrica de una.