miércoles, 5 de septiembre de 2012

Cosas que pasaron durante el tiempo que abandoné el blog


La eché a Gladys. Echar a alguien te convierte en adulto automáticamente. La eché porque mi mamá me obligó, así que a la adultez todavía la pongo en cuestión.
Gladys me cobraba muy barato y era de confianza, limpiaba mal, alegando problemas de vista, pero por lo menos limpiaba este quilombo. Venía a mi casa lunes por medio durante mi horario laboral. Rara vez nos cruzábamos, por lo que nuestra comunicación se basaba casi exclusivamente en notitas de ida y vuelta sobre la mesa, y en puteadas que yo le dedicaba a su madre cuando, ya en su ausencia, me daba cuenta de que no había limpiado el espejo como yo le había pedido, me había desteñido alguna remera, desenchufado el modem, o cosas más graves como tirar toda mi cosecha de marihuana a la basura “sin querer”.

Como ya dije alguna vez, tener empleada doméstica me genera contradicciones. Por un lado, tener una chica que limpie mi casa me da culpa. Por qué no puedo hacerlo yo, si es mentira que no tengo tiempo. Lo que no tengo son ganas, y el hecho de que otro se haga cargo de mi propia mugre me hace sentir una niña mimada. No me gusta. No me gusta pero me banco la culpa antes de tener que hacerlo yo.
Por otro lado nunca sé cuál es el mejor modo de llamarla cuando hablo de ella: la chica que trabaja en mi casa, la muchacha que limpia, la empleada doméstica, la shikse (oh dios no me dejes nunca decirle shikse) o simplemente por su nombre. En ese afán progre de no querer parecer despectiva, peyorativa o burguesa, creo que termino eligiendo una mala opción: digo Gladys a secas, pero asumir que su nombre puede denotar su trabajo, y que la gente va a entender que estoy hablando de ella, me resulta un poco choto. Ahí me pierdo, porque en realidad no sé qué tiene de malo su trabajo y entonces debería decir “la empleada”. Puede que sea discriminación encubierta y no voy a defender lo indefendible.

En fin, Gladys, que también trabajaba en la casa de mi mamá, se enojó con ella porque la retó, y entonces la dejó en banda, le mandó las llaves y no volvió nunca más. Pero a mi casa sí volvió, y medio que se hizo la tonta al respecto. Mi mamá me obligó a echarla y yo no quería, pero la eché. Me dio un poco de bronca su cara de sorprendida cuando se lo dije, y también un poco de satisfacción, porque en realidad yo a Gladys la odiaba, cuestión de piel. Lo que pasa es que después le conté a mi vecina, que la había contratado bajo mi recomendación, y terminó echándola ella también. Hice el cálculo de cuánta plata estaba perdiendo Gladys y se me fue la satisfacción. Pobre. Bueno, que se joda por boluda, qué esperaba, uno no renuncia sin comunicarlo.

Ahora hace dos meses que tengo el teléfono de Vivi, que trabaja en lo de mi amiga L, pero no la llamo porque estoy tratando de comprobar que puedo hacerme cargo de la limpieza de mi mugre. Lo cierto es que no puedo, o no me sale muy bien, el piso de mi cocina es un asco.
Un día me fui a trabajar y G se quedó durmiendo en mi casa. Cuando volví ya no estaba, pero durante mis horas de ausencia, él había limpiado y ordenado todo, hasta pasó la aspiradora y prendió un sahumerio. Mejor que Gladys. La llamé a mi mamá para contarle la proeza de G y ella me dijo “casate, vos casate”.
Bueno, no sé.

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