Cada vez que me sumerjo en el enojo hacia cualquier cosa (que suele ser a la responsabilidad, a mis padres, a los hombres, a mis malas decisiones, a mis pasados, a la sociedad, a la rutina, a la vida, o a mí misma entera entera), mi terapeuta le pega con un látigo al piso.
Sí, con un látigo.
Al piso.
En el sonido del cuero contra las baldozas del consultorio, entiendo que en este contexto no es una forma de castigo, sino una descarga.
Esta semana no hubo sesión.
Si no hay piso, la liga mi espalda.
2 comentarios:
y me duele un poquito.
Hola, prometo pasar seguido.
Beso
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