lunes, 6 de febrero de 2012

Cinco veranos

Y dos niños, todavía en esa edad en la que se puede ser insolente, se acercaron a morder nuestros helados de palito, aún sin conocernos.

Tenemos la mala costumbre de contar la vida en veranos, y éste fue el quinto desde que, sentados en un vuelo transatlántico, tuvimos nuestra primera charla. Los conté con los dedos, enumerando destinos de vacaciones de ahora a esa parte, mientras lo miraba girar sobre su eje a toda velocidad llevando sobre los hombros a aquellos dos niños sonrientes. 
Lo vi jugar a ser avión para chicos.
Cinco veranos tardó en convertirse en un hombre, con alas. O toda una vida.

Podríamos haber sido un gran amor, quién sabe, pero somos grandes amigos. Pensé.

Sentarse en el cordón de la vereda de un pueblo latinoamericano y ver caer la noche. Todo se reduce a ese instante perenne. El silencio invadido por el mar, la carcajada infantil, la ausencia de respuestas y el repique contra el asfalto de una pelota que se fue calmando hasta quedar flotando en un charco.

3 comentarios:

Café (con tostadas) dijo...

no es extraño que haya algo de añoranza en ese ser grandes amigos?

Leaandro D. Ikonicoff dijo...

Uf, cuantos colores bellos.

Anónimo dijo...

sos mi idola caribe! ojala qpudiera expresar todo tan facil y tan bello como lo que escribis :)