Y dos niños, todavía en esa edad en la que se puede ser insolente, se acercaron a morder nuestros helados de palito, aún sin conocernos.
Tenemos la mala costumbre de contar la vida en veranos, y éste fue el quinto desde que, sentados en un vuelo transatlántico, tuvimos nuestra primera charla. Los conté con los dedos, enumerando destinos de vacaciones de ahora a esa parte, mientras lo miraba girar sobre su eje a toda velocidad llevando sobre los hombros a aquellos dos niños sonrientes.
Lo vi jugar a ser avión para chicos.
Cinco veranos tardó en convertirse en un hombre, con alas. O toda una vida.
Podríamos haber sido un gran amor, quién sabe, pero somos grandes amigos. Pensé.
Sentarse en el cordón de la vereda de un pueblo latinoamericano y ver caer la noche. Todo se reduce a ese instante perenne. El silencio invadido por el mar, la carcajada infantil, la ausencia de respuestas y el repique contra el asfalto de una pelota que se fue calmando hasta quedar flotando en un charco.
3 comentarios:
no es extraño que haya algo de añoranza en ese ser grandes amigos?
Uf, cuantos colores bellos.
sos mi idola caribe! ojala qpudiera expresar todo tan facil y tan bello como lo que escribis :)
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